Hola amigos, deseoso se
encuentren bien, les traigo un nuevo artículo y ansioso que lo puedan leer y
además compartir les digo:
No quería pronunciarme al
respecto, pero hace un mes –o un poco más- recibí mi título de grado de bachiller
en administración de empresas, no es nada del otro mundo pero debo decir que no
fue fácil, pero como dicen todo sacrificio tiene su mérito. Y éste mérito lo
quiero dedicar a mi madre principalmente, quien sacrificó muchas cosas, como
sus horas de sueño pues se levantaba - en los primeros ciclos- temprano a
prepararme el desayuno, y recuerdo un día que tenía clases a las 7 de la mañana
y mi mamá, quien tiene por nombre Ana Lucía y es una mujer de unos 165 centímetros
de altura, hermoso rostro y una sonrisa radiante, muy modesta, ese día preparó
avena y cuando me vio bajando las escaleras (pues las habitaciones en mi casa
están en el segundo piso) ocurrió este diálogo:
Yo: Mami buenos días.
Mamá: Buenos días hijito.
Y dirigiéndome a la cocina, mi mamá pregunta:
Mamá: ¿Angelito te frío tus huevos?
Yo: No mamá, mejor fríete una teta.
Es que así de sacrificada es mi madre, debo agradecerle todas y cada
una de las cosas que me inculcó y enseñó pues debemos saber que en general en
el mundo existen dos tipos de madre:
1. La que cuida a su hijo y pretende que no se
golpee cuando está haciendo travesuras.
2. La que cuando su hijo hace travesuras dice: “Ojalá
se saque la mierda para que deje de joder, y ver si así se queda tranquilo”.
Y créanme amigos la mía es la segunda. Es que, sin quitarle méritos a
Panchi, mi papá; Ana Lucía sabe cumplir muy bien la doble función, pues mis
padres son separados (aunque esa historia les contaré en otro momento) mi mamá
supo darme amor con la mano derecha y rigor con la otra fue, es y será mi pamá.
Una gran mujer, gran madre, gran amiga, gran papá.
Y éste mérito lo quiero dedicar también
a mi papá, no conozco padre más orgulloso que él, cuando ingresé a la
universidad se lo decía a todo el mundo, y cuando terminé mi carrera otra gran
novedad, persona que encontrábamos por vuestro camino, sin conocerla la detenía
para decirle que ya era bachiller. Es un gran trovador del siglo XXI. De él
aprendí los errores que cometió y no debo cometer (las personas que nos conocen
saben a qué tema me refiero). Pero principalmente, cuando tengo que estudiar es
mejor antes acostarse temprano y dormir un par de horas, que dormir un par de
horas después de estudiar; fue, es y será el hombre que comparte mis sueños,
que sueña mis sueños, que vive mis sueños. Es el padre que no pedí tener, pero
que me tocó y no lo cambiaría; es el amigo que tiene las palabras precisas en
el momento menos indicado, el que me ofrece sus hombres para cargarme cuando
estoy cansado, el que es todo oídos aunque no comparta mis pensamientos, pero
los respeta. Quizá suena algo contradictorio pero mis padres son más que amigos,
las personas a las que admiro y de quien más aprendo cada día.
En conclusión diría que de mi
mamá aprendí a ser valiente y sincero, y de mi papá ser caballero y poeta.
Y éste mérito lo quiero dedicar también
a mis abuelos que aunque tres de ellos no estén presentes físicamente, y a uno
de ellos nunca conocí, los cuatro siempre inculcaron a sus hijos la
perseverancia y la obediencia.
Y éste mérito lo quiero dedicar también
a mis hermanos, quienes me ayudaron con los silencios en mis amanecidas de
estudios, con los pasajes cuando no tenía dinero, y con su paciencia en los
fines de ciclos. Gracias Isaura, gracias Julio.
Quiero agradecer también a las
personas que nunca confiaron en mí, porque sus desánimos y desalientos me
dieron empuje para demostrarles que todo es posible si te lo propones.
Me despido hasta la próxima mis
amigos y a lo Gustavo Cerati: “Gracias Totales”